El observador

Pasear por Nueva York es una experiencia que despierta opiniones muy variadas según el transeúnte. Algunos se imaginan protagonistas de una película de Woody Allen y no pueden evitar enamorarse de la ciudad a cada paso que dan. Otros se horrorizan con las calles abarrotadas de gente, basura y su constante olor a vómito. Pero ambos, al llegar al otro lado del río que separa Manhattan de sus celosas zonas adyacentes, sin remedio se paralizan con la boca abierta para vislumbrar con admiración el escarpado perfil de la ciudad. El dibujo que la gran manzana traza en el cielo neoyorquino atrapa, sin remedio, al observador.

El día de la independencia

Si hay dos fechas en que el americanismo fluye por doquier, esas son Thanks Giving y The Independence Day. Y, de la misma manera que nos sentamos alrededor de una mesa donde el pavo era el protagonista para dar las gracias por nuestra aventura en los Estados Unidos, el 4 de Julio nos vestimos con nuestras galas más yankees para celebrar los 237 años desde la declaración de la independencia.

Lo típico del día de la independencia es hacer una barbacoa bajo el sol y posteriormente ir a ver los fuegos artificiales que iluminan el cielo de todas las ciudades estadounidenses. Nosotros, como ya hicimos el año pasado, nos unimos a la segunda parte de la celebración y fuimos a los fuegos sobre el río Hudson, desde el lado de New Jersey. Elegimos un parque de Hoboken con vistas directas al río y el skyline de Manhattan. El punto negativo de este privilegiado punto de vista es que no se podía escuchar la música con la que supuestamente baila la pirotecnia.

Skater dog!

Hoy me he cruzado con un perro skater en Washington square. Mira que en este año y medio que llevo en Nueva York he visto centenares de cosas que me han impresionado, pero nada comparable con esto. Creo que voy a mirar este vídeo a partir de ahora todos los días de mi vida.

Ippudo

Estados Unidos no es conocido, al menos por los españoles, por su gastronomía. Bueno, en cierto modo sí lo es, por su calórica gastronomía. Pero en una ciudad como Nueva York la variedad de nacionalidades otorga a los apasionados de la comida un sinfín de atractivas posibilidades.

Yo, por supuesto, decidí desde un primer momento beneficiarme de ello. Por eso he lanzado varios frentes para conseguir encontrar lo mejor de cada una de las especialidades que me pierden. Una de ellas el Ramen.

Ippudo es una cadena de  restaurantes japonesa con locales en varias ciudades de Asia y Australia y, por suerte, en Nueva York. Se rumorea que es uno de los mejores restaurantes de Ramen de la ciudad y tras ese rumor fuimos. Tras sobrevivir a sus largas colas de espera, que pueden ser de hasta 2 horas, una camarera nos condujo, entre gritos de bienvenida de todo el personal (sí, muy curioso) a un salón con varias mesas de un mínimo de 4 personas y una mesa central para el resto.

En el menú destacan 9 especialidades de la popular sopa de fideos japonesa. Akamaru Modern, con caldo de cerdo, setas y aroma de ajo acaba siendo nuestra elección. Durante la espera nuestros vecinos de mesa nos interrumpen: “Sois españoles? Nosotros también. Acabamos de abrir un negocio de yogur helado justo aquí al lado. Hemos incorporado el sabor horchata y el crema catalana”.

Después de compartir breves experiencias en la gran manzana con ellos, llega el gran momento. La camarera nos coloca el bol frente a nosotros y instantáneamente  al probar los fideos entendemos todos los rumores que le preceden. ¡Este es el mejor ramen que he probado en Nueva York!

 

Autoridades non gratas

No sé si os ha pasado alguna vez que alguien se ha pasado de la raya contigo tan solo por ser una “autoridad”. Una de esas veces en que te muerdes la lengua tan fuerte que te duele demasiado y para paliar el dolor focalizas todo el odio que cabe en tu persona hacia él.

Pues esto es lo que me pasó el otro día en el tren.

En general, toda persona de uniforme, en Nueva York, es una persona a la que respetar. Nunca he visto el pitorreo que se lleva en España con los revisores o con los porteros. Y en general, en Estados Unidos, te tratan con educación. Pero no tuve esa suerte ayer en mi viaje de vuelta a casa.

En Manhattan estábamos a temperaturas bajo cero, con tormenta de nieve incorporada. En un trayecto de 10 minutos noté como mis mejillas se cortaban y al llegar al tren vi que mis manos habían mutado a un color rojizo amoratado digno de una amputación (náh, en realidad esta parte tan solo es para añadir dramatismo a la escena). El tren estaba lleno, pero no abarrotado. No había ningún asiento libre y me moría de frío, así que me acurruqué al lado del último asiento, antes de llegar al panel de control del tren. De pronto aparece el revisor, conductor… o que sé yo que rango tiene. El amo del lugar. Con un gesto de desaprobación me señala. Me incorporo y me coloco agarrada a la barra delante de un asiento. Pero el hombre, poco conformado con mi respuesta y con la voz demasiado elevada, dijo:

– You! Get out of my zone! – Mientras delimitaba con el dedo una área que incluía unos dos metros en el vagón, más allá de varios asientos.

En ese momento, en el que me voy a la otra punta del vagón por orden del revisor y sin entender el por qué, es cuando pienso en todos sus familiares, en sus nombres y los insultos que les podría propiciar a cada uno de ellos.

La autoridad, a veces, se convierte en un lastre que por desgracia tenemos que aguantar los demás.

Agradecidos

Thanksgiving es la fecha en la que todo buen americano se reúne con sus más allegados en torno de una mesa para disfrutar de un majestuoso pavo y otros manjares diseñados con detalle para la ocasión. El año pasado quisimos dar un paso adelante a nuestra americanización y fuimos a celebrarlo a un restaurante donde sirvieran la típica comida de acción de gracias. Estuvo todo exquisito, pero no creo que comer en un restaurante Australiano sea lo más tradicional para estas fechas. Por eso este año organizamos una cena en nuestra muy humilde morada para festejar el día como es debido.

Encargar comida para Acción de Gracias no es tarea fácil si no se planea con bastante tiempo de anticipo. Nosotros no lo hicimos y mucha de la comida pre cocinada ya estaba agotada. No iba a cocinar un pavo entero, eso estaba claro. Sobraría mucha comida y, para ser sinceros, mi nivel yankee todavía no es tan bueno como para poder preparar una buen pavo relleno.

Por suerte encontramos un Deli con buena crítica que tenía comida de sobras y, lo mejor, a un precio increíble.  Boston Market nos proveyó de una gran pechuga de pavo, relleno de pan y verduras y un delicioso pan de maíz. Trader Joe’s contribuyó con tartaletas, “gravy” y salsa de frutos del bosque. Nosotros añadimos los boniatos asados, patatas al horno y unas espinacas con crema de leche. La verdad, no es por ser una anfitriona vanidosa  pero nos quedo una cena muy decente para la ocasión. Una cena muy americana, excepto por los seis catalanes que disfrutamos de ella.

1 de Noviembre: Y se hizo la luz…

Como en “Atrapado en el tiempo” (película ejemplo de la mala costumbre de España de traducir y reinterpretar los títulos originales), nos levantamos con la mano pegada al interruptor de la mesita. “Click-clack, click-clack”. Ningún éxito. Pero esta vez algo nos impide seguir durmiendo. Willie aporrea insistentemente la puerta. Como si no hubiera mañana. Nada lo para, ni los gritos de “ya va”. Nuestro chapuzas viene acompañado por, como lo llama él, el muchacho que le ayuda, Luchito. En realidad Lucho debe tener unos 50 años, pero tiene el mismo rol con Willie que un chico de 14 años, bonachón y dócil.
Mueven la cama a malas. Instalan la escalera y en 2 segundos ya tenemos techo nuevo. De la misma calidad que el anterior. Agarrado con dos simples alambres.

Nos da la sensación de que estamos ya en una recta final. Nuestra calle tiene luz. Nuestro techo está temporalmente estable. Salimos a ver si podemos comprar algo de comida, ya que nos estamos quedando sin algunas provisiones. El supermercado de al lado también se ha plantado contra las pérdidas de tener el establecimiento cerrado y a partir de un generador y algunas bombillas ilumina vagamente los pasillos. Nos sorprende ver como siguen vendiendo congelados, verduras y otros productos “frescos”, aún a sabiendas que las neveras están desconectadas y todavía no hay ningún servicio de reparto operando. Pero si cabe nos sorprende más ver como hay  gente que compra esos productos.

Hemos descubierto que nuestra compañía de internet ha instalado un WiFi gratuito por Jersey City y nos llega internet, pero tan solo nos queda un poco de batería en el iPod y un poco en el iPad que como mucho nos daría para 1 hora de conexión. Escribimos algo en el facebook que informe de nuestra incomunicación y entonces nos damos cuenta de que la mayoría de nuestros amigos ya están con electricidad. A algunos nunca se les fue  Pero muchos viven más cerca de las zonas perjudicadas que nosotros. Entonces te vienen a la cabeza los intereses de los políticos y de las compañías de electricidad. Nuestro barrio es principalmente habitado por inmigrantes y gente sin demasiado dinero. Tan solo es una sospecha, pero pensamos que puede tener alguna relación.

Después de comer nuestra dosis de comida descongelada y ya algo pastosa, pensamos en aprovechar que ya hay servicio de buses para cenar en el centro. El restaurante de al lado de casa ya tiene luz y eso ha atraído a numerosos vecinos que probablemente ya incluso habían olvidado que allí se sirve comida desde hace muchos años. También ha captado la atención de otro tipo de consumidor: una decena de personas ocupa el porche del restaurante para beneficiarse de alguno de sus enchufes. Una mujer lleva consigo un portátil, un iPad, el teléfono, un dvd de viaje, otros electrodomésticos (básicamente todos los posibles) y a su hijo. Después de varias horas la mujer sigue allí sentada y el niño subiéndose por las paredes.

El bus atraviesa durante minutos las calles a oscuras de la ciudad. En el centro tan solo hay algunos establecimientos con luz. Vamos al Starbucks, donde esperamos poder cargar el teléfono pero nos dicen que han cerrado porque a las 7 hay toque de queda. Nadie puede estar por la calle y si no vives en el barrio te pueden detener. Nos arriesgamos a quedarnos por la zona. Nos apetece mucho una cena caliente bajo la luz de una lámpara. Nos dan la mesa de al lado de los enchufes, así que a turnos damos un poco de vida al teléfono, el portátil y el iPad. Después de un buen arroz chino volvemos satisfechos a casa. Al llegar , vemos que hay luz en nuestro edificio. Adrià continúa el poco camino que queda corriendo. El resto os lo podéis imaginar. Leer noticias, escribir mensajes a los familiares, mirar el correo electrónico y acabar por fin el capítulo de Mad Men que Sandy nos dejó a medias.

31 de Octubre: Aburrimiento

Segundo día que nos despertamos tras la visita de Sandy. Es extraño añorar algo tanto como para soñarlo continuamente. La banda sonora de la noche fué sin duda el sonido de los interruptores de las lámparas de las mesitas de noche. Pero tras comprobar insistentemente que no había luz llegó la hora de afrontar la realidad y salir de la cama.

Hoy paseamos hacia la dirección opuesta del día interior, de esta manera pasamos por el Path (nuestra Renfe rodalies) y así ver si había algún tipo de aviso sobre cuándo se restablecerá el servicio.

La calle parece tener el mismo carácter que el día anterior. La farmacia y el todo a cien han decidido abrir sus puertas pese a no tener luz, pero con un portero improvisado dosificando el número de personas que podían estar dentro a la vez. Una larga cola de gente espera inesperadamente su turno para comprar comida, agua o tal vez velas. Nosotros, pese a que no creímos tener que usarlas, tenemos de momento velas suficientes.

Los semáforos siguen apagados y pese a que ningún policía controla el tráfico, este funciona mejor que nunca. Curioso.
El Path no tiene ni un triste cartel informativo así que seguimos paseando por un barrio que excepto por dos casas mal decoradas y algún niño ilusionadamente disfrazado, nadie diría que es halloween. Es una de las fiestas más populares del país y dudamos que se haya podido celebrar ni tan solo la popular parade de Nueva York. Suele hacerse de noche y dadas las circunstancias de inundaciones y cortes de luz, estaría demasiado bien ambientada en cuanto a terror.

Al poco rato de llegar a casa, a través de la ventana me llega una sensación que me recorre de la cabeza a la punta de los pies: ¡Adrià, Los semáforos están encendidos!

Mientras cocino él no puede evitar salir a pasear y explorar las cercanías de casa en busca de más novedades. Vuelve con Willie quien promete que con luz o sin, volverá a reparar el techo mañana.

Resulta que toda la calle perpendicular a la nuestra está dividida en dos: la parte izquierda tiene corriente, la derecha no. Y justo se ha parado en nuestro bloque. ¡Que suerte la nuestra! Aún así no podemos evitar estar muy emocionados.

Para comer hago aquello que se ha ido descongelando, para así evitar tirar más comida de lo necesario. Patatas congeladas, huevos, bacon y champiñones. La comida de los campeones.

El resto del día no ocupa más que esta línea. Leer y mirar una película con un iPad que grita a voces que lo alimentemos.